Desde hace más de 20 años paso a menudo por delante de la zapatería de Ángel ubicada en el número 110 de la calle Castelló de Madrid. Siempre me llamó la atención su minúsculo taller de nos más de 10 metros cuadrados repleto de los encargos que los vecinos del barrio le hacen para reparar sus zapatos, bolsos, mochilas, cinturones y demás. Ángel siempre estaba ahí, sentado en su silla de trabajo bajo el neón que ilumina sus incontables herramientas rematando una costura, pegando un tacón o cambiando una cremallera. Necesitaba conocer su historia.

A sus 84 años, Ángel se levanta cada día para abrir su taller, trabajar y mantener la esencia y tradición de un negocio familiar que pervive 3 generaciones. Su padre tenía su taller en la calle Diego de León con Velázquez, pero se desplazaron al local en el que hoy trabaja Ángel cuando derribaron la estructura que existía para construir un gran edificio de elegantes apartamentos. Ángel disfruta de su oficio, de sus clientes y de su rutina la cual tuvo que romper en el verano del 2021 por una caída que sufrió mientras practicaba su deporte favorito, el ciclismo. Se rompió 5 costillas y a los médicos y familiares les costó trabajo convencerlo para que hiciera reposo durante unos meses. Ángel argumentaba con firmeza que su trabajo era sentado y no requería de ningún esfuerzo físico.

Mientras desenfunda con satisfacción la máquina de coser Singer que su abuelo obsequió a su abuela y que protege con mimo, Ángel afirma que no piensa dejar de trabajar hasta que su salud se lo permita. Su única hija no continuará con el negocio, pero él se enorgullece de haber mantenido el taller familiar y seguirá aceptando todos los encargos que vengan. El taller cierra por vacaciones, pero en septiembre Ángel continuará dándole vida a la Singer de su abuela que, mientras conversamos, emplea para reforzar la suela de unas modernas deportivas Made in China.