Guiada por el sonido de «Por una cabeza» de Gardel, aterrizo en la esquina de Humberto Primo y Defensa del barrio de San Telmo de Buenos Aires donde me enamoro cada año de la pareja de tango más extraordinaria del mundo.
Como tienen costumbre desde hace más de 20 años, allí estaban, un domingo más, Pochi y Osvaldo, sorprendiendo a todos los presentes con su actuación llena de simple elegancia, arte y saber hacer.
Él, muy atractivo, de no muy avanzada edad y con una gracia única, se deja llevar por el son del famoso tango. Su mirada, gestos y sonrisas sutiles esbozadas en el segundo perfecto, hacen de él un ser de una singularidad especial. Encandilada por la escena no ceso de tomar fotografías y el visor de mi cámara se convierte en una pantalla de cine. Tras unos largos segundos de hipnosis, vuelvo a la realidad cuando este sensacional personaje me mira fijamente y me guiña un ojo sin dejar de mover su cuerpo al ritmo de la melodía de Carlitos.
Ella elegantemente vestida, se deja llevar con confianza y soltura por su pareja. Con el pelo cano y una sonrisa llena de dulzura y ganas de contar, baila ociosa con su esposo recreando una escena hollywoodense.
Al finalizar la actuación, apasionada, aplaudo con fuerza y entusiasmo y pienso en la próxima vez que les volveré a ver.