Desde Nuakchot, la capital de Mauritania, cogiendo durante unas 3 horas y pico la carretera N2 en dirección al norte hacia Nuadibú y girando al oeste en un punto que desconozco, se llega a un lugar insólito. Distintos amigos y conocidos hablaban sobre lo especial que era Banc d’Arguin y los beneficios de pasar un fin de semana en aquel lugar sin cobertura, sin electricidad y lejos del ajetreo y el estrés de las oficinas de las ONG internacionales, agencias de las Naciones Unidas, empresas, embajadas y demás.
Recorremos entre risas y mini siestas la carretera asfaltada hasta que en un momento dado, nuestro conductor, sin duda un excelente conocedor de la zona, frena y se adentra a la izquierda en la nada total con el fin de llegar a nuestro destino: la costa atlántica del desierto. Costa y desierto, Sahara y Atlántico. Maravilloso contraste.
Banc d’Arguin es un Parque Natural declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad por la UNESCO en 1989 de unos 12 000 km cuadrados compuesto por 15 islas y litoral. El parque tiene una inmensa variedad de aves, dunas de arena, montañas de conchas que alcanzan los diez metros de altura, zonas pantanosas y una rica y variada vida marítima compuesta por ballenas, delfines, tortugas e infinidad de tipos de peces y crustáceos.
Hay multitud de rincones en este lugar y el nuestro se llama Cap Tafarit.
Tras una hora y pico de travesía por el desierto sorteando arbustos, montículos de arena y algún que otro camello, llegamos a un lugar que me deja atónita. ¿Cómo es posible que exista una playa digna de una postal de Punta Cana en pleno desierto africano? Siendo una gran fan de las playas de arena blanca y fina y de las aguas turquesas, me quedo boquiabierta observando aquel lugar y siento cierta decepción al pensar que sólo lo podré disfrutar dos días y medio. Esta playa limita al sur con una enorme lengua de roca que se adentra con fuerza en el océano Atlántico y al norte con el infinito color turquesa.
Dormiremos en el camping PNBA de Arkeiss. Lo componen no más de 20 tiendas tuareg de suelo de arena cubierto por nattes (alfombras de plástico trenzado) y algún colchón tapizado con las mismas telas del techo del interior que lucen un estampado de dibujos geométricos y coloridos. Se cocina con carbón y las bebidas se enfrían con hielo traído de la ciudad. Por la noche salen a pasear el silencio, multitud de estrellas y una luna que lo alumbra todo.
Una brisa casi fría se levanta en Cap Tafarit a nuestra llegada, pero no me resigno y, sin pensarlo, me sumerjo en el mar. Me sorprende la calidez del agua para ser el mes de febrero, pero me sorprende más aún haber descubierto un trocito de Caribe en pleno desierto del Sahara.